Llegaste a mi vida en ese efímero instante
en que los bosques de mis años se vistieron de invierno,
cuando los álamos del pasado se deshojaban
con el último aliento tibio del más incomprensible viento.
Escuchaste el descontento de mis labios
sincerándome en la cornisa de mis sueños
liberaste las marchitas lágrimas que surcaban mi rostro
queriendo grabar las huellas del desvelo.
Acariciaste delicadamente mi corazón amante
al dejarlo en la noche de consuelo al descubierto
no te asustaron sus heridas más visibles
que lograran estampar historias consumidas en mi lecho.
Abrazaste noblemente mi cuerpo desvalido
abrigando la esperanza casi mustia de mis manos
devolviéndole el brillo escondido a mi mirada
haciéndome sentir refugiada eternamente entre tus brazos.