Te has vestido con un tul ligero de extraña juventud,
Y el chal de tu madurez se ha convertido en un vestido,
La toga de tu sabiduría, la que te hizo mujer,
Se adorna con las gemas de tu mirada y las caricias del ayer.
Hoy te veo sin sonrisas y mirando el cielo gris,
Y no te has dado cuenta, de cuanto tú me haces feliz,
Te preocupan las edades y esa cintura que ya fue,
Cuando a mí me impresiona, como siempre tu timidez.
No te has dado cuenta,
De que el cielo no es hoy así de gris,
Y tras aquella estela de turbio día,
Tu frondoso y amable cuerpo,
Me enamoran con avidez,
No es el sol oculto lo que buscas, en medio de aquella soledad,
Es el rocío tibio y enamorado,
Que deseas acaricie esos años, anidados en tu piel.
Hoy te has vestido, con los años de tu caminar,
Y de cerca yo te veo, enamorado y sin cuartel,
Aprendí a rendirme a tu cuerpo,
Y a los años que han crecido sobre tu piel,
Porque aprendí a amarte toda,
Más por la raíz, que por la flor de tu desnudez.
No sé si amarte desnuda, o callar el delirio de este placer,
Pero el problema no es tu cuerpo o los años, y la vejez,
El problema es no haberte amado,
Ni estrujado ese hermoso cuerpo contra mi piel,
El problema es no haberte dicho,
Que el problema soy yo,
Porque no te di mi abrazo,
Cuando moría… porque vivieras en el.
El problema no es el tiempo,
Ni los años o el vestido sobre tu piel,
El problema es no haber espacio,
Más espacio... entre mi abrazo… y tu hermosa piel.