Amanece en la calzada de Línea,
en este Vedado han venido
a morir los gatos de la noche.
Extrañados miran al vacío
con el reguero de sesos, tripas
y pasiones sobre el asfalto.
No entienden, no pueden
abandonar la furia o el celo
y boquean al polvo
graban en el cemento
mustios caracteres.
Están muriendo los gatos
en estertores
y en los edificios duermen.
Abrazaron la soledad
de las callejuelas
desataron pesadillas,
asqueados del Hombre
rescataron de la basura
un espléndido
pez de olor añejo.
Asustan con la piel raída
sin centellas o relámpagos
de luz, esparcidos.
No todos conocieron al niño
que cede su taza de leche,
sólo egoísmo,
mezquindad y la lluvia.
La raza olvidó
en el laberinto de los tejados
a la mujer de anchas caderas
atada a una madeja de lana,
el hilo en el telar de los dedos.
La raza decantó
la sangre de bestia
escondida,
presta a devorar al ciervo.
La rayada pelambre se hizo manchas
hipócritas cavernas para quien baja
la cabeza y reclina el torso
al que apalea.
El ratón nada cuenta
en este juego de impotencia,
reducido a la ínfima carne
al atolondramiento
del rencor y la caza.
Vistos en el espejo fragmentado
presenciaron la derrota
en el contrario.
En la avenida
los mal nacidos gatos
aprenden a sortear el muro
y siguen ebrios.
Difusos en la transparencia del alba
se suicidan o descubren que el
tiempo del auto es veloz.
Cuántas fiebres y partos,
en los caminos están los muertos
atrapados en los ojos de otro gato
juzgando, juzgando,
mientras devoran
los despojos del hombre,
enigmático
también para su especie.
El pezón de una gata se marchita.
Indefensos _ como humanos_
los pequeños ciegos
recuperan el llanto.
Junto a la colilla del cigarro
los gatos rasguñan con odio.
de mi primer poemario Sustos de muchacha,
Ediciones Matanzas, Cuba, 1988