¿Cómo olvidar la tarde inquieta?
la ocasión que tus labios entreabiertos capturaron mis afanes
y existían en mi atmósfera de conciencia indómita.
Las formas vestidas de gala,
en un torrente magnífico y legendario
en que las titilantes luciérnagas nos enjugaron.
Pretendiente rocé el minúsculo aire que nos separaba;
la túnica de tu cuerpo, poro a poro,
transpirada de fundidos cristales.
Exhausta partiste en la madrugada,
y aquel desmayo que te envolvía,
que alteraba y gritaba lacerante, estaba extinto.
No lo sospechas, flor briosa,
pero tus senos invocaron mis caricias
y mis manos los descubrieron inocentes.
La noche vivió con nosotros,
el tiempo era trivial y el júbilo
te abrigaba saciado de ampararme.
La noche, imperecedera es esa noche:
hierba húmeda de penumbra
y escarlata desvanecido;
grabaron nuestros cuerpos fundentes,
desde entonces ávidos.
Pero la noche, aparte de lasciva,
mostró tus temores manifiestos,
también advertí su llamado
y rumores.
Hubo un centelleo de tus pasiones,
acullá de las aspiraciones carnales,
el lecho espontáneo nos lo decretó.
Perdona mi provecho o tus calamidades,
perdona cuando me pierdo con perderte
y te vivo y te respiro.
Pero quiero imaginarme si te cubro,
si explota tu imaginación en un tumulto;
o la conjetura de los cordeles del gran mundo.
Mira a mi lado la cuna de la cuna,
vive dominada por la Luna y su manto blanco,
por su creciente y su menguante.
Recuerda el encanto de la media noche,
que grabó la unión de nosotros;
la dulce desconocida que se despidió sigilosa
Vive así conmigo con las luces asomadas
a los colores, al aroma de las peras
silencio trémulo y titilante inolvidable.