Saluti patrire, vixit non dieu sed totus.-en la estatua del Emperador José.
Este no tiene nada que decir aquí, pues no vive.
Para salvar el lago de mi vientre
bajo cien brazas.
En el término de unos días
tendrá igual sentido
si comercio con el panadero
o excavo mi pulmón derecho.
El espectáculo fascina:
palidez suprema
el sudor corre,
desciende a mi sexo.
Los pasantes saben
que es momento de partir
y quedo de la noche a la mañana
en el fenómeno:
veo divinidades,
manchas renacentistas,
indescriptible oscuridad.
Es fabuloso el cuadro, soy feliz
ante mi ración de pan
cuando me da por manejar
cazuelas con yerbas
que llegan del tren de Hershey
a la negra bahía
de estanco y cita
previa para echarse al mar.
Me apaño para liar
un mar de multipropósitos,
enzarzo el hilo
sin explicar
de dónde saco el plátano
antes que merme el temporal.
Es evidente: estamos rodeados de mar.
En la tendedera
de mi destartalada Home in Pace
se me enredan los pelos
puteados por blancos caballeros,
panfletos de mucha extensión y
desvencijados cuencos
que pagué
con cristales de exportación.
El viejo no tiene fuerzas
ya no amarra
el cordón del zapato
pero se pone a escribir
en madrugadas:
Tanto mar cansa.
Si reparan la escalera
bajaré a la ciudad,
con mi ojo de mosca
desentraño manchas.
Sentado en el orinal de oro
cincuenta quilates,
el Dicemás talla
medallas fecales
poderoso e infinito
-es el mar-
besando aguas,
túneles de agua,
cascadas de agua,
laberintos de agua,
jarros de agua,
ríos, lagunas, charcos,
lluvia, océanos,
sin ver el agua,
deposita chorritos
sobre las cabezas.
del cuaderno Mar de la Manche, 1992,
Editions Hoy no he visto el Paraíso