Me descalcé, quería sentir la madre tierra bajo mis pies cansados.
Caminé despacio, sintiendo su textura, su temperatura, su humedad.
Hice silencio, pues deseaba escuchar su voz, la cual que me llegó en el suave susurro del río, en su constante viaje hacia el encuentro con su amado mar; en las abejas con sus zumbidos incesantes, incansables trabajadoras; en el canto de los pájaros y su volar constante; en la suave brisa que porta consigo el dulce y variopinto aroma de la natura; en las olas marinas con su ritmo milenario, variable e incansable...
Me despojé de mis vestiduras y desnudo me acosté, miré el cielo intenso, inmenso, limpio, sin nube alguna. Me perdí en el celeste puro. Quise tener el don de volar y perderme en tanta hermosura.
El sol se posó en mi cuerpo, me envolvió con su tibio tacto, respetuoso y pudoroso a la vez.
Una llovizna suave comenzó a caer. Cada gota con su suave acariciar pude sentir. Extendí los brazos y me abandoné al momento. Bendición total. Unión perfecta entre hombre y naturaleza.
A cierto punto dolor sentí recordando todo el mal que le hacemos. Parece que no nos diéramos cuenta que destruirla, es destruirnos. Mientras más nos alejamos de sus caricias, de su contacto, de su presencia, más nos deshumanizamos, perdemos nuestra esencia . De ti provenimos pachamama, a ti regresaremos al final del ciclo vital terrenal.