Margarita García Alonso

Bajada madrileña

Sentada en un taburete imaginado

que no es silla europea, respaldo

ni acogedor país de glúteos,

frente a una puerta en Madrid,

sin ángeles, amigos secretos,

sentada, sé que he perdido.

Me han arrojado

restos de manzana,

he marchado todo el día

sin poder regresar

a ninguna parte.

He vendido, diente a diente,

hasta las encías

tratando de recordar

un pan con sabor

a trapo del Vedado,

a listilla de aniquilación.

 

Nalgas rosadas 

de adolescente impúdica

cuando compro una chaqueta

jamás a mi talla.

 

Abandoné la arcaica

y prosaica manera

de pestañear sobre versos,

para acostarme

con tarados en submundos.

Medio siglo trocando

amantes por promesas

espera de promesas,

la promesa en sí.

Todo el que quise iba a partir.

 

Me obligué a cargar un cuerpo suspendido

al pelo, al arcabuz, al detalle.

Golpeé, violé, aborté, abandoné, dormí

desangré, escupí ese cuerpo.

 

Fue en Madrid,

sentada en un pequeño canapé

junto a un ángel con el cráneo abierto.

Llegué a ver mis carnes que caían

los senos que no podían resistir

los muslos dislocados

en el equilibrio fata de la perla

que resguarda la ostra del sexo.

Bebí en segundos galones de tizanas,

tilas, manzanillas para calmar

la monstruosidad del ojo que ve

muertes imprecisas,

lejanías cercanas a la muerte.

Vi al francés

en posición tres cuarto,

amanerado sostenía la estética,

sin meter el dedo.

Vi a los españoles

en carrileras de galgos

marchaban por tres pesos.

Vi a los de mi tierra

corriendo por fortuna y regreso

y yo tan inútil como un estorbo,

puse carne, manos, pecho,

digitalizando cifras inútiles,

datos inútiles,

datos y bases de datos,

algoritmos que sudan

el coño, la bilis,

caducos al instante.

 

Nadie me dijo que mis ojos cambiarían

hacia un verde quejumbroso

ojos de mi madre

ojos de mi abuela

ojos de mi hija

ojos de mujer que pericia.

Nací, avancé y descarté 

jugadas en mis semejantes

mi cuerpo presto a ser ultrajado

sin ser de nadie

ni de mí.

 

Los poetas en dislexias,

en despotricado pastizal

de abejas ruinosas, empercudidos

con tintas malolientes

temen lavarse

las manos y sermonean citas,

autores bling bling,

posición sapiente,

hueco relleno de bibliotecas.

Mientras cavo túneles

no escribo versos,

no hago pregunta,

no obtengo respuesta.

Soy la rendija

visitada por cierto ser pálido.

 

Los que quedan aparcados

en la encumbrada tierra de mastodontes,

larvas chupa sangre

y vampiros en la Habana

se adentran en el estanque japonés,

estampan grabados en la piedra

mientras archivo datos inútiles

para cualquier organismo

y en eso se me va el día.

 

del cuaderno Mar de la Manche, 

Editions Hoy no he visto el Paraíso, 1992