En mi vientre crecía hiedra venenosa,
los dedos de sal se aferraban al hilo
de sangre que se escurria por mis piernas,
las paredes de mi útero latian impacientes.
“Es hora” me susurró una voz al oído,
deja que la esfinge plante su mástil
que sus semillas devoren la hiedra,
el verde se huele en tu cabello,
el verde está desde siempre en tus ojos.
Mi vientre, la esfinge, su mástil,
la semilla floreció en mi vientre,
la noche vió parir el encuentro.
Pude escucharla… su llanto,
el murmullo de un montón de hojas,
nuestros ojos hicieron contacto,
me sostuviste pestañas abiertas
al borde del filo del cuchillo,
me salvaste… mi tótem del cielo...
caminaremos de la mano por esta jungla.