Sigo sentao\' en la misma silla,
detrás, la misma luz;
olvidaos de Castilla,
hermanos, por fin
téneis la cara azul...
Y así los tuertos
y los bien vistos,
y los ojos de Santiago
que ahora, en agosto,
me observan, vacíos;
nunca han dicho adiós,
y luego Elvira,
y el Maturana;
y la cabeza de turco
que cuelga hoy de mi ventana
me recordó
polvo y arcilla,
flechas clavadas;
las lágrimas de Marina
ya bailan:
perdió una batalla
que ella no buscó;
su pelo al viento,
sus trece años,
tan solitarios
como un mal recuerdo
del décimo sexto
pétalo de flor;
arranca en risas,
que me haces falta;
ya no te dejo
que digas que es tarde,
que no tienes ganas...
Vuelve, por favor.