Descansa muy a su pesar
Compañero, ante la impotencia
solo nos queda paciencia
y barajar
Sancho, amigo mío, en lontananza diviso un castillo,
presumo debe de ser del esforzado caballero que
me aguarda en duelo.
¡Qué castillo ni que niño muerto Don Alonso!,
lo que se observa, si mis ojos no me engañan, es
una taberna de esas que se ofrecen al caminante
para su solaz a tan polvoriento camino.
¡Estás seguro Sancho! Juraría por Dios que se trata
de la morada del Palmerín de Inglaterra, que bien
rezome en sus andanzas que establecería asiento
en estas tierras castellanas. Vayamos a rendirle
pleitesía amigo Sancho.
Tras salvar el trecho que les restaba hasta la posada,
el caballero de la triste figura y su esforzado escudero
se apearon de sus cabalgaduras, las surtieron de abundante
pasto y agua en las caballerizas y se dirigieron al Alcaide,
según demandaba Don Alonso, para salvar las honras.
Don Alonso, intercedió Sancho, ¡que no se trata de ningún
alcaide, que no estamos en ninguna fortaleza!, cuando
de seguido acudió el mesonero para servirlos, si era posible.
¿Es usted Palmerín de Inglaterra, el honroso caballero
que me aguarda en duelo?
¡Pero que dice usted señor!, replicó escandalizado Manuel,
que así se llamaba el dueño de la hacienda.
¡Pero, me quieres tomar el pelo o te arrugas ante la amenaza
de mi presencia!, insistía el ingenioso hidalgo.
Ni corto ni perezoso desenvainó su tizona y la emprendió contra
el desgraciado mesonero que, despavorido, voló escaleras arriba
seguido por el ansia vengadora del insano caballero.
A la postre Don Alonso, maltrecho, acabó postrado en la cama
tras haber sido reducido por unos hombres que, de paso a la sazón,
salieron al auxilio del posadero.
Tras recobrar el \"Juicio\" siguió jurando y perjurando su verdad.
Castillo inexpugnable.