Ojalá fuera yo tan poeta,
tan polémico y tan pesimista,
sin sonar arribista ni cortante
ni pesado ni afrodita.
El caso es que yo me las paso
llorando y sintiéndome una víctima,
la mayor parte de los días.
Quise techo y legumbres,
y pan caliente cada mediodía;
quise alegría y no contentarme
con la pobreza del que acomete
versos desmesurados por sin medida.
Ojalá fuera yo tan bueno, tan útil,
tan socialista, o tan ingenuo como el
vate que aquí es protagonista. Pero
no puedo, por la sencilla razón,
de que me tiemblan los pulsos
ante una mala situación, y no sólo
de palabra, sino de acción.
Como a Sócrates, me cuesta un ojo
de la cara, saber que no sé nada, y sentirme
así, día tras día, me convierte ante el espejo,
en un ignorante y en un soplagaitas.
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