Nunca tuve el valor para escribir una erótica.
Ni escuchando en susurros los versos del viejo capitán,
o escuchando en cantos artísticos las odas de Flumisbo,
e incluso los sonetos de una cándida pero fogosa Rossetti.
Hace poco solventé ese problema.
Decidí buscar la inspiración en los tibios movimientos del respirar cortado
y el valor llegó a la punta de mi lengua como llega el sol a las seis de la mañana,
o como llegan las estrellas excesivamente destellantes a la noche que alumbró la litera.
Decidí buscar la inspiración en los suaves recorridos de mi piel por tu piel
y el valor llegó a mi espina dorsal como llegan las hierbas a las grietas del asfalto
o como llegan tus punzantes mordiscos de párvulo placer a mis labios.
Decidí buscar la inspiración en los duraderos abrazos en los que me habitaste
y anidaste también mi suave catre con el calor de tus prolíficos movimientos
mismo ardor curó el pesado, prolongado invierno que residió en mi mente.
Ella encendió una fogata carmesí en ese cuarto de siempre oscuro
en mi alma
nos gastamos el tiempo
besándonos
curándonos
quemándonos
queriéndonos
las almas rotas, ahora aliviadas.