Tomé un tren sin billete de retorno y sin destino, al creer que todo estaba perdido. Bajé en una estación sin nombre y el tren siguió su camino.
Tomé el atajo de las emociones y me olvidé de llorar. !Ya! nunca más brotarían lágrimas de mis ojos. Entonces lo vi con claridad; debía tomar el sendero de la felicidad, ese sendero sin maldad, imperecedero y deslumbrante.
Me dirigí al mar como un velero que busca su puerto. Navegando por mares y océanos, y gritando a la vida que no albergaba soledad.
Al alba, las golondrinas me rodeaban felices, y al anochecer la luna, altiva y en ocasiones perezosa, escuchaba mis palabras y brillaba con más intensidad.
©Nuria de Espinosa