En corteza de abedul es el tomo,
humedecida en agua
de riachuelo la estructura,
la fibra masticada,
de lo que fue
verde lujuria y frescor.
Ensarto el cementerio de hojas
con argollas
de un metal añejado
por las plantas que amarillean.
El libro cruje en mi vientre
o es ayunas. Convulsiono
si me acerco a las camelias.
Destilo hierbas,
poderosos elixires
en frascos trasparentes
que harán efecto
más allá de mi muerte.
He cortado el retoño
por egoísmo,
por ampliar el muestrario
cuando todo es lo mismo
en lo mismo de lo mismo.
Bebo pociones ignoradas
por la agilidad
del intelecto,
especies raras,
brebajes de guerrero
pero no sano.
Las plantas silvestres
se vengan en el herbolario,
reducen a vegetal
mi estructura seca.
No podré sobrevivir
en el bosque
un invierno,
suelto gritos:
no podrán encontrarme
me he reducido tanto
que no puedo
mover
las cajas del cielo.
Los recuerdos en el quicio
junto al cedro de incienso,
el liquidámbar exuda,
la acacia de Constantinopla,
el arce, el olmo,
el castaño de Indias,
la palmera de fortuna,
el eucalipto del Retiro,
el tejo y el durillo,
los almendros
y el olivo que perdura
en esos ojos
que no me aman.
del Cuaderno de la herborista, 2012