Ella sabía que si seguía con su embarazo, podría morir en el momento del parto. Su obstetra le había ilustrado de todos los riesgos que correría.
— No importa — dijo — continúo con el embarazo.
Llegó el día. Fuertes dolores desgarraban su vientre. — No importa — volvió a repetir — El amor en ocasiones duele y mucho.
— Laura, si seguimos adelante pones en riesgo tu vida — le dijo el galeno —.
— ¡Seguimos! — volvió a repetir consciente de lo que decía —.
Se aferró a la mano de Manuel su marido. Éste la besó en la frente. No pudo retener sus lágrimas. La amaba tanto que no quería verla sufrir.
— Tranquilo amor mío, lo que ha de ser será —
— Laura — le dijo su médico — o tú o la criatura
— No se hable más doctor, él. Es mi decisión. Quiero dar vida por sobre todas las cosas….
Un llanto desgarrador inundó la sala de parto. Laura extendió sus brazos. Tomó al niño y lo recostó a su pecho.
— Te amo — le dijo — vive lo que yo no pude.
Fueron sus últimas palabras.
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Cuando se enteró se sintió muy triste. Roberto, su amigo querido tenía que ser sometido a una intervención quirúrgica donde le iban a ser extirpado los dos riñones. Era la única forma de salvarle la vida.
Aquella mañana temprano fue al hospital donde estaba su amigo. Buscó a su médico y habló con él. — Quiero donar un riñón para Alberto —
— ¿Estás seguro de ello? — le preguntó el médico —
— Absolutamente, estoy seguro de ello —
— Hay que hace las pruebas pertinentes. Si eres compatible lo podremos hacer. Pero sabes que corres un alto riesgo —
— Procedamos — fue su respuesta —
Aquella tarde de junio cuando Roberto despertó de la operación, se sintió diferente. Al mirar al lado vio a su amigo Alberto en la cama de al alado. Él lo miraba atento y sonrieron.
— ¡Gracias! — fueron sus palabras —
— ¿Gracias? Me debes un riñón cabrón. Ya formo parte de ti, de tu vida —
— shhhhh — se escuchó la enfermera que entraba en ese momento — Areposar señores. Ya podrán hablar todo lo que les de la gana. Ahora a reposar.
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— Perdóname — le dijo con lágrimas en los ojos — no quise ofenderte.
Se abrazaron. Aquel gesto valía más que mil palabras.
— Te perdono, dejemos esto atrás. Ya pasó. Sabes que te aprecio y quiero. Por ello me ofendió mucho tu proceder, pero no se hable más. Sigamos adelante.
— Gracias. ¡Lo siento de veras!. No sé que pasó, pero reconozco mi error. Te quiero y mucho —
Juntas se fueron de la mano. El mundo tomaba otro matiz. El día pareció más brillante y el corazón exultante. El poder del perdón, el poder del amor.
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Miró en la vidriera aquella cadena de oro, 100 euros, era el regalo perfecto. Él tenía un crucifijo que le había regalado su madre antes de morir. Objeto que cuidaba con especial devoción. Todas las noches antes de dormir, lo acariciaba y besaba. Pronto sería su cumpleaños. Esas casualidades de la vida, los dos celebraban el cumpleaños el mismo día. Sabía que sería feliz si le regalaba esa cadena, pues podría poner el crucifijo que su madre le había regalado y lucirlo en su viril pecho, pero…en su bolso no llegaba ni a 20 euros. Suspiró profundo. Miró curiosa otro negocio que estaba delante y, sin pensarlo dos veces entró en él.
Él pasó temprano delante de aquella tienda. Se detuvo a observar las peinetas que tanto le gustaban a ella. Doradas, con pequeños brillantes que asemejaban diamantes, realmente hermosa. 200 euros costaban. Metió la mano en su bolsillo, no llegaba ni a 20 euros. La imaginó preciosa con aquel objeto en su hermosa cabellera oscura. Su mayor orgullo que cuidaba como nada en esta vida. Sin pensarlo dos veces regresó a su casa.
Llegó el día del cumpleaños. Ambos se dieron cita a la orilla del Tíber. En aquel lugar mágico que había visto nacer el amor que ambos sentían.
Él la espera con ansia. En su mano un paquete de regalo. La vio venir de lejos. Hermosa como siempre. Un vestido rosa pálido, zapatos de tacón medio, medias de nylon, un hermoso fular que cubría su cabellera. Hermosa, realmente hermosa. En su mano traía un paquete de regalo. Se emocionó. Ese día había decidido pedirle matrimonio.
Un beso pasional selló aquel encuentro. Se sentaron en un banco. El Tíber corría sereno. Un día pleno de luz.
Ella extendió su mano y le dio el regalo. Él lo desenvolvió con cuidado. Una hermosa cadena de oro, la que tanto le gustaba para el crucifijo que le había regalado su madre. La miró con mucha ternura y no dijo nada. Extendió su mano y le dio su regalo.
Ella lo desenvolvió con cuidado. Le saltaron las lágrimas al ver lo que contenía. Las dos peinetas que tanto quería. Sin decir palabra alguna se quitó el fular. Completamente rapada estaba. Había vendido su hermosa cabellera para poder comprar aquella cadena.
Él la abrazó fuerte y le dijo:
— Vendí el Cristo que me regaló mi madre para comparte las peinetas, pues no llegaba con el dinero que tenía —
Si esto no es amor, díganme que es mi queridos lectores del alma.