Anoche te cruzaste, seductora,
como apacible aura en mi camino;
desde entonces no tengo otro destino
que seguir tus pasos hora tras hora.
Te burlaste de mí, ¡oh vengadora!,
penetrando en el boscaje vecino,
como un ligero cervatillo albino
que huyera de la saeta voladora.
Dentro del corazón llevo clavada
una espina desde el día en que te vi.
No puedo augurar cuál será mi suerte
mientras mi corazón lleve incrustada
la espina. Has de arrancarla de mí
o será la causa cruel de mi muerte.
Canciones de amor.