¿Dónde estarán las mariposas
que al sol de la mañana
revoloteaban entre las flores,
sin que me percatara?
En el andar de mi infancia,
eran mi mejor compañía,
cuando la vida empezaba.
Vivíamos entonces en la ciudad emergente.
Península de urbanización que desde la vieja Habana,
penetraba como los tentáculos de un pulpo,
que avanza derribando arboledas,
y sembrando caminos que como venas
conducen la nueva vida,
más alla de las murallas.
Nace la ciudad que rápido avanza,
y para aquellos primeros habitantes,
todo amanecer es mezcla de sonidos
que vienen del cercano bosque,
espacio vital de nuestra niñez,
donde contactamos por primera vez
con la virgen naturaleza:
de día, el mundo de los insectos;
las aves, que tanto enseñaron a Leonardo;
los pequeños mamíferos domésticos;
y las frutas, siempre al alcance de la mano,
(“free” como se dice hoy)
sin que fuera delito alimentarse del árbol.
Cae entonces la tarde,
quizás después de una refrescante lluvia de verano,
dando entrada a un anochecer
donde grillos y ranas dan cada día su concierto,
y las últimas bandadas de aves
vuelan hacia los árboles del parque cercano,
dejando espacio libre a decenas de murciélagos,
que en amenazantes vuelos rasantes,
se confunden con las aves.
Desde entonces, han pasado décadas,
aquellos niños nos hicimos viejos.
pero los nuevos niños,
(nuestros nietos y biznietos)
no viven rodeados de mariposas, grillos,
hermosas aves,
y probablemente no sepan
de dónde salen las frutas,
que sus padres les compran en el mercado.
Quizás los mamíferos, los insectos,
los reptiles y las aves,
que entonces se veían en los patios de nuestras casas,
hoy los puedan conocer si visitan el museo local;
pero ni falta que les hace,
pues en su móvil el mundo de hoy
está a sus pies,
sin necesidad de abrir la puerta
pueden disfrutar de grandes competencia,
o vivir sangrientas batallas:
juegos de todo tipo, películas,
grandes recitales,
música buena y mala,
programas educativos,
películas infantiles,
y otras donde mueren los infantes;
¡Ah, y pornografía!
aunque también los cánticos de la iglesia,
o el catecismo;
en fin, la vida dentro de una jaula.
Porque el niño de hoy habita, sí,
dentro de una reluciente “Jaula de Oro”,
sin necesidad de salir al mundo real,
(¿qué mundo real?)
en contacto directo con la naturaleza,
(¿qué naturaleza?)
conectados con todo y con todos,
jugando contra niños que se encuentran
en otra ciudad, o en el Himalaya…
Dirán que son cosas de viejos,
pero desde mi canosa vejez,
bien distante de los días de infancia,
no podré jamás olvidar
las mariposas que revoloteaban en las mañanas.
Frank Calle (22/julio/2019)