El crepúsculo y la noche
han sido invocados por un conjuro de sombras;
tal parece su proceder en que se han manifestado,
albergando horrores en estos días
de gélido y prolongado invierno.
Aúlla el viento Norte por todos los rincones,
calando hasta los huesos su glacial aliento de los polos.
Necesito esa frialdad en mi corazón
para no sufrir por tu larga y fría indiferencia,
mujer con alma de nieve.
Ahora el cielo desbordó su tempestad diluviana
con impresionantes granizales y
torrenciales lluvias de agua negra
como la sangre derramada de mil demonios.
Así cayó, también, sobre mi ser tu frialdad
e indiferencia, azotando mi aniquilado ser y
anonadándolo a su más mínima expresión.
Cuervos demoníacos graznan y picotean
los grotescos granizos,
mientras su mirada negra
parece estar llena de oscuros secretos.
Nubes bajas; negros nubarrones
contra el horizonte de rojo escarlata
dan un aspecto de muerte y horror
con jirones de penumbra espectral,
pues fantasmagóricos látigos eléctricos
siguen torturando la tierra helada.
Los truenos retumban cada vez más lejanos.
La tormenta amaina, pero aún la lluvia
abofetea mis escarchadas mejillas.
La incipiente luna nueva dibuja
un arco fino y definido, cual hoja reluciente
de una gigantesca echona.
Mientras camino solitario por las calles vacías, la noche luce una extraña y escalofriante hermosura.
Ahora me refugio en mi hogar
junto a las llamas refulgentes y sagradas del salón; las que me reconfortan y alivian mi ser físico, pero no acaban con la tormenta y el vendaval siniestro
de mi corazón.