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NOCTURNO XX

   El crepúsculo y la noche

han sido invocados por un conjuro de sombras;

tal parece su proceder en que se han manifestado,

albergando horrores en estos días

de gélido y prolongado invierno.

   Aúlla el viento Norte por todos los rincones,

calando hasta los huesos su glacial aliento de los polos.

   Necesito esa frialdad en mi corazón

para no sufrir por tu larga y fría indiferencia, 

mujer con alma de nieve.

   Ahora el cielo desbordó su tempestad diluviana

con impresionantes granizales y 

torrenciales lluvias de agua negra

como la sangre derramada de mil demonios.

   Así cayó, también, sobre mi ser tu frialdad

e indiferencia, azotando mi aniquilado ser y 

anonadándolo a su más mínima expresión.

   Cuervos demoníacos graznan y picotean

los grotescos granizos,

mientras su mirada negra

parece estar llena de oscuros secretos.

   Nubes bajas; negros nubarrones

contra el horizonte de rojo escarlata

dan un aspecto de muerte y horror

con jirones de penumbra espectral,

pues fantasmagóricos látigos eléctricos

siguen torturando la tierra helada.

   Los truenos retumban cada vez más lejanos.

La tormenta amaina, pero aún la lluvia 

abofetea mis escarchadas mejillas.

   La incipiente luna nueva dibuja

un arco fino y definido, cual hoja reluciente

de una gigantesca echona.

   Mientras camino solitario por las calles vacías, la noche luce una extraña y escalofriante hermosura.

   Ahora me refugio en mi hogar

junto a las llamas refulgentes y sagradas del salón; las que me reconfortan y alivian mi ser físico, pero no acaban con la tormenta y el vendaval siniestro 

de mi corazón.