Habíase una vez cuenta la historia,
no suelo mentir ni exagerar,
no es patraña este cuento ni habladuría,
es el amor de los que se juran
amarse por siempre,
sucedió una vez, no muy lejano,
que en una gran ciudad a orillas del mar,
se conocieron un pescador y una doncella
ella de fina alcurnia y gran belleza.
Un día de tantos casi como si el destino terco
se cruzara en sus caminos los hizo concebir,
la misma hora, el mismo lugar casual,
y si de fortuito es inesperada esta historia,
quizás esta se confabuló
en una extraña manía de la mano de Dios
O quizás nadie ha de saber
Quien se encargo
de unirlos en esta historia de amor.
No les miento, sucedió acaecido la primavera,
cuando las flores sus botónes abren
y sus pétalos invitan al asombro
como exhibidose en su gran vitrina
de la naturaleza tan divina.
Ya pasado algún tiempo,
ni mucho ni menos,
cuando algo hermoso y digno de admirar
perdura en los anales del tiempo.
Y es así que el amor existe,
como creo que el amor existe en una mirada,
cuando inesperadamente un accidente del azar
encomienda a Cupido dos flechazos al corazón.
Se dicen que su amor ha perdurado
a pesar de grandes obstáculos
como ustedes han de imaginar,
la sociedad o el estátus
de una cuenta financiera
interfieran con el amor verdadero.
Pero una mañana una barca
partió una madrugada,
cuando el silencio reinaba alrededor
y la suave brisa empujaba unas velas
con rumbo desconocido dos pasajeros
felices buscarán sus destinos de la mano.
Y quizás alguno me preguntará
Que tan sencillo es mi final
sin saber que acaeció de ellos,
mas les digo que la princesa
fruto de su amor engendro
un retoño que ya sus años ha tener,
y este que les cuenta esta historia
es aquel que se enamoró una vez
de una linda princesita
que de su castillo un día escapo.