Todo lo que sentí no fue la montaña, el mar o el desierto,
todo lo que sentí no fueron los múltiples disparos sin sangre sobre la noche,
todo lo que sentí no fue el incesante, impulsivo golpear del viento sobre mi voz.
Todo lo que sentí fue la tibia humedad de sus labios en los ojos de un insondable azabache,
todo lo que sentí fue su sempiterna respiración silbante, fresca y acalorada sobre mi cara,
todo lo que sentí fue un ánimo furtivo tropezando con el albor, halagando la compañía.
Todo lo que sentí no fue el vago golpeteo de tu corazón dormitando en mi cabeza,
todo lo que sentí no fue la agraciada e insípida respuesta a mi lectura en prosa,
lo único que sentí, fue el peso gravitacional de su cuerpo contra el mío.
En ese matemático intervalo supe que en sus labios hay un universo
que en su cuerpo puedo recorrer minuciosamente sus galaxias
sentir sus nebulosas
probar sus blazares
que en su sonrisa está mi planeta
que en el pequeño mordisco de triste acabar
se ilumina todo el pasaje y me deja muy en claro
que sus palabras son mi llave.