1.
Al comienzo el asombro de las manos
delante de mis ojos – movimiento
fuera de mí –, sobre mi cara el viento
entregándome a los aún lejanos
albures del tiempo, ¿o ya cercanos,
ya en mi reflejo? ¿Empaña ya mi aliento
el azogado espejo en que me miento
a mí mismo con mis rasgos humanos?
Acabo de nacer en mi mirada.
Soy manos y soy un cuerpo reflejado.
Soy dos ojos mirándose en dos ojos
asustados por ser otros: antojos
de esta cara del espejo: nada
más que un futuro cuerpo acribillado.
2.
El asombro, al comienzo, por lo que
podría ver. Con los ojos, no. Los tengo
cerrados. No los abro. Estoy, lo sé,
frente a un espejo donde me detengo
para mostrarme a mí mismo. Me inquieta
lo que vería si volviera a entornarlos,
si encontrara el coraje de buscarlos
en la hoja lustrosa en que se agrieta
y se hiende mi imagen reflejada,
aunque recién acabo de encontrarme
y de reconocerme en mi mirada,
en mi ansia, en mis llamadas a destiempo
sin esperanza de no encontrarme
con el horror que me espera en el tiempo.