Oh gigantesco Thor, figura maléfica
que deambulas como un sonámbulo
por los bosques del territorio nórdico
con tus prácticas de fuerza demoníaca,
cuerpo agudo y cortante como un diente,
garra implacable o virulenta espina.
¿Por qué llevas tu cósmico poder
a extremos de defensa y destrucción?
¿Por qué tanta barbarie y tanto exceso?
¿Por qué favoreces en ti mismo
y en la nítida Runa que escogiste
como símbolo de tus contradicciones,
el germen de la vida y de la muerte?
Ella, por ser tan poderosa,
refuerza diariamente con su magia
la potencia de las otras Runas
que me llevan directo hacia el abismo,
o a resistir los ataques enemigos.
Por eso invoco la letra mitológica
que rubrica tu gigante anatomía,
para que tuerza o enderece mi destino
a través de los poderes invisibles,
no importa si celestes o infernales,
e impida para mí los accidentes
y las palabras de sonido torpe,
si de mi propia integridad se trata.
Igual la invoco contra mis detractores
que pretenden hacerme maleficios,
para unir o dispersar borregos
según mi deseo y circunstancias,
como trinchera segura de mis actos
y éxito firme en palestras amorosas.