Era lunes... estábamos tirados en la cama, mirándonos sin decir nada... Y fue justo ahí que entendí.
Los lunes no son un buen día para emprender un viaje y nuestra historia fue desde el principio un viaje sin retorno, un viaje que empezamos haciendo un pacto sincero de amarnos hasta que nos diera la gasolina, hasta el punto final y nada más, sin más ni menos. Después seguiríamos un viaje distinto cada uno por su lado, quizás solos, quizás acompañados, distintos los dos. Tú con tu mochila de principios y buenos modales y yo con mi mochila llena de preguntas sin respuesta y de un mundo por descubrir.
Los lunes no son un buen día para enamorarse y sin embargo nosotros rompimos ambas reglas y salimos a comernos el mundo de a dos y sin ninguna certeza de que funcionaría pero totalmente enamorados de la idea del otro. Te amaba como quien lee una novela y sueña con casarse con el protagonista, amaba tus luces y tus detalles pero desconocía rotundamente tus sombras. Te amaba en ese momento, en ese lugar. Y amaba el equipo que éramos para enfrentar la vida, sin tantas pieles sensibles al tacto, sin miedo al final y con valentía para enfrentarlo.
Los lunes no son un buen día para empezar una pelea y nosotros vivíamos discutiendo sobre quien ponía el pan en la mesa, quien apagaba la luz antes de dormir, quien sacaba la basura y quien la contenía. Vivíamos en semanas de lunes eternos, de caras largas y no queríamos darnos cuenta, darse cuenta era romper el equipo, era salir a caminar diferentes caminos, había duda y todavía un mínimo de amor al que aferrarnos.
De vez en cuando teníamos festejos de viernes de feriado largo y hacíamos camping en la cocina y en la cama, mientras tanto en nuestras cabezas, o al menos en la mía, empezábamos a armar la mochila rutinaria de lunes otra vez por todas partes. La gasolina ya marcaba reserva y ninguno recargaba el tanque, ninguno quería sentarse frente al otro con un \"tenemos que hablar\" en la boca.
Pero honramos la promesa de \"hasta el punto final y nada más\". Nos sentamos frente a frente sin decirnos nada, tampoco hacía falta poner el dedo en la llaga, ambos sabíamos que tantos lunes nos habían ido menguando y ya no quedaba luna de la que echarse mano y hacerse de más tiempo en la botella. Nos tiramos en la cama sin decir nada, más que suficiente eran las últimas caricias que nos dábamos, nos amaríamos por última vez. Cada uno tomó su mochila llena de nuevas preguntas y amor y recuerdos en común sin ningún reproche, cada uno por su lado, quizás el camino posterior volvería a unirnos, quizás no.
Era lunes y los lunes son buenos para cerrar círculos, terminar vínculos, despedirse.