Cada noche, se apaga la luz y un silencio obligado aprovecha para llevarse consigo una vida.
Cada noche se paraliza el tiempo y las paredes comienzan a contar historias de infancia, de amigos, de familia y extrañan, lo que ya no se oye.
Cada noche, todos los días, el país se detiene en un suspiro de rostros sin fe.
Cada noche, cada día, es una lucha contra la nada.
Los niños no juegan a ser grandes, juegan a tener una vida sin hambre.
Un país que gira en un bucle de soledad y olvido.
Donde el agua es un milagro divino que ocurre porque aún existe Dios para algún vecino.
Cada noche, se apaga la luz,
y se siente un vacío que estremece el cuerpo, las ventanas crujen, el aire choca contra algún sueño, rendido en la cama.
Como una sombra de dolor que oscurece el camino llega la noche dejando los ojos abiertos, mirando sin ver.
Este país... que se apaga todos los días, robándose todo y arrebatándolo todo. Este país que tiene un nombre que quebranta los huesos, el alma.
Que duele tanto ¡Cómo duele este país! ... como duele el silencio, como duelen las vidas sin ganas de vivir, como duelen los niños sin mañana. Como dueles, Venezuela, cada vez, que a oscuras, te callas.