Hijo bastardo por antonomasia, rara vez el error es reconocido por su padre, y abandonado a su suerte junto con su madre, la justificación, nadie está dispuesto a acogerlo. Gestado a menudo en la cama de la precipitación y sin haberse tomado precauciones, cuando por un fortuito desenlace viene al mundo con la excusa debajo del brazo, cualquier sospechoso de ser el responsable se sale por la tangente. No tiene mis ojos, alegan aquí; A mí que me registren, exponen allá; Me niego a hacerme la prueba del ADN, argumentan acullá. Unos a otros se pasan la patata caliente como si la criatura fuese fruto de una fallida alineación de astros. Tampoco consigue encontrar un padrastro que esté dispuesto a hacerse cargo, y el pobre error se ve abocado a subsistir con el apellido del que paga el pato.