Cuánto dolor se puede acumular en el pecho
-esas láminas delgadas y secas por las que hoy no me circula nada-
la sangre de mi vida se ha ido disminuyendo,
huérfana del mundo es ésta quien os habla.
Escuchad mi lamento pues mi madre ha muerto,
en silencio, sí, sin una sola palabra,
me las dejó todas a mí,
en mi corazón viviendo,
y son palabras encadenadas a la rabia y a la nada.
Pero tu sangre hoy no está junto a la mía,
ni sonreiremos, verdad, juntas a la vida
-señales que nos mostró el tiempo con sus verdades y mentiras-
rostros que ya no veremos más, nunca, en nuestra vida.
¿Qué habrá hecho el amor por esa mujer en vida?
¿Cuántos secretos guardaría en los pliegues de su alma?
¿Habrá fingido ternura cuando ya no la tenía?
¿Habrá querido Dios llevársela a su casa?
Mis palabras caen al suelo,
suelo que cobija mi cuerpo ahora dolorido y pequeño.
Cuerpo que pronuncia palabras que en el alma están cociendo,
Cuerpo que grita palabras que salen de mi mismo cuerpo.
Madre,
te llamo y ya no oyes estas palabras desconsoladas que salen de mi boca,
que vuelven a cruzar por el río de mis entrañas rotas,
que vuelan ya por el aire, eternamente, solas.
y aquí, tan solo queda tu sombra,
el recuerdo de tu vida, tan solo tu declina historia,
historia que compartí contigo y que se me hizo tan corta,
historia sin final feliz, madre, tan sólo tu historia.
Y aunque para el mundo fuera esta la vida de una madre más,
hoy yo la anclo, como si fuera un barco, prendida a la eternidad.