Igual que las camelias la vi de esplendorosa,
sus manos eran sedas de tersa margarita
sus labios poseían color de roja rosa
con mieles exclusivas de un ánfora bendita
Pensé que procedía de algún jardín lejano,
había en sus alientos efluvios de amapola,
su cuello de alabastro tenía lo lozano
de regias azucenas con mágica corola.
Mi mente divagaba pensando si existían
mujeres con encantos sutiles y tan leves,
que viendo sus pupilas fulgores le vertían,
los rayos semejando del sol en blancas nieves.
¡Y viendo su belleza de armónica figura
quedó mi gran deseo prendido a su cintura!
Autor: Aníbal Rodríguez