Allá donde nadie nos conoce,
donde somos únicos e irrepetibles,
vamos fuera de la atmósfera de lo terrenal, trivial o fútil,
donde la mangata de la luna manosea nuestras pupilas como al mar en calma.
Vámonos a explorar lo desconocido,
lo importante, lo necesario,
vámonos donde la penumbra tiene una relación de amor con la luz,
abandonemos aquello que ya no constituye más que
la usanza aburrida de vivir pretendiendo estar, sin ser.
Alejémonos del pasado frívolo que congeló nuestras codicias y quimeras,
que se convierta en el celaje de lo que necesitamos disuadir.
Vámonos sin riendas a encontrarnos,
a luchar esas batallas entre el cuerpo y alma,
hemos de ir a buscar el amor intrínseco en las tardes cítricas
que conllevan paz y un día menos.
Larguémonos a visualizar el interior de nuestra crisálida
sin prejuicios o penas,
que en el epílogo de nuestra travesía
solo queda el placer de haber intentado conocernos.