La poesía era el puñal que hundíamos juntos en nuestra carne incrédula de palabras. Era con la que nos alejabamos de un vacío febril de cotidianidad. La que nos obligaba a ser más allá de las apariencias y a querer desaparecer mas acá también un poco.
En este mundo de bolsillos llenos y otros miles carentes de solvencia, mundo de fotos sin contenido digno de enmarcar, todo fluía mientras nosotros nos envolvíamos con el calor del abrazo cuerpo a cuerpo, con la mirada fresca del que siente y piensa en sintonía. Encerrando en papel lo que los ojos ajenos jamás hubieran apostado.
Eran los discursos rancios los que asomaban en las sonrisas brillantes y perfectas que apretaban las huellas de un otro y llenaban los espacios de puro yo, sin empatía por aquel que lloraba bajo la escalera a un éxito que no llegaba, que se estiraba y rebotaba antes de alcanzar las manos agradecidas.
La poesía era nuestro viaje fuera de este mundo pero ya no es suficiente, la realidad nos aplasta inevitablemente día a día y sobrevivimos a fuerza de besos tuyos y míos, nuestros. Solo nuestros y de la poesía. Cruzo los dedos para que ella nunca nos abandone, haremos senda en este mundo patas arriba.