Me perdí en las grutas profundas de mi silencio.
Cerré mis ojos para concentrarme en mi sigilo.
Acallé mis voces y solo quise escuchar.
Se detuvo el tiempo, me cedió una breve pausa.
Avancé a paso lento adentrándome en mi misterio.
Encontré mis fantasmas y mis miedos sentados en un rincón de mi ser.
Sorprendidos me observaban mientras me acercaba.
Los miré directo a los ojos, no eran tan poderosos como pensé.
Fui yo quien le di todo el poder que poseían, pero….me cansé.
Pude palparlos, acariciarlos, ver de dónde procedían.
La imagen de un niño temeroso, abandonado, maltratado encontré.
Tembloroso estaba, perdido y con lágrimas en los ojos.
En un impulso lo abracé, lo acaricié, con ternura lo besé.
— No temas — le dije — Aquí estoy, te amo y nunca te abandonaré.
De la mano caminamos por parajes desconocidos, otras tierras divisamos,
cascadas, montañas, ríos, selvas atravesamos, hasta llegar a la playa desierta de mi ser inerme.
Que gran error para mí el huir, el buscar fuera lo que habitaba dentro,
darle poder e importancia a lo que no lo tenía. Menos doloroso fue de lo que me temía.
Dulce encuentro liberador.