Una tarde de cielo plomizo, nos vimos de pronto parados en la orilla del mar.
El aire arrastraba consigo la melancólica bruma que con fuerza llegaba hasta nosotros, cargada de insondables misterios marinos deseando salir de las sombras del océano.
Recuerdo que habíamos tomado un sinuoso camino que nos llevó desde la ciudad de Necochea hacia Costa Bonita, una localidad muy cercana.
A pesar del destemplado día y del tiempo tormentoso, que amenazaba inminente lluvia, dentro del automóvil disfrutábamos el paseo mientras escuchábamos música y observábamos la naturaleza un tanto umbría, a nuestro alrededor.
El asfalto era bastante defectuoso y mal trazado, por lo que circulábamos a escasa velocidad, además con curvas y contra curvas que hacían más complicado el conducir.
De pronto divisamos un poblado de pequeñas y sencillas casas y decidimos parar y descender del vehículo para acercarnos a la costa, a unos escasos metros.
El terreno era escarpado, aunque con algunos rellanos que nos permitieron poner pie en suelo firme y acercarnos hasta el agua.
Queríamos observar desde más cerca el esqueleto de un barco encallado, que ya desde el coche habíamos avistado al tomar una curva durante el trayecto.
El navío se encontraba levemente inclinado hacia un lado y permanecía incrustado en las piedras de esa rocosa y bravía costa.
Mientras las olas castigaban con violencia esa dantesca estructura -especialmente en ese día sin Sol y con un viento frío y penetrante- ellas no podían hacer mella en él, en tanto dejaban ver su herrumbrada estructura al volver el mar hacia atrás.
Quedamos impresionados ante semejante espectáculo con visos de tenebrosidad y llegué a decirle a mi pareja: - Algo nos está uniendo con este barco, no se exactamente qué es, pero siento una extraña relación con algo o con alguna vibración muy fuerte en el ambiente.
Distraídos por unos instantes del cuadro que nos mostraba el mar y el escorado navío, nos pusimos a juntar caracolas que nos sorprendieron por su tamaño, y algunas ramitas de raras formas disecadas por el yodo y los rayos del astro rey, objetos que íbamos guardando dentro de una bolsita de plástico.
Felices de estar juntos e influenciados, tal vez, por la soledad y misterio del entorno, nos besamos abrazándonos muy fuerte. ¡Hermoso momento!
Comenzaba a oscurecer y el viento estaba cada vez más intenso, por lo que decidimos emprender el regreso a la balnearia y turística ciudad de Necochea.
No despedimos con otra mirada a la misteriosa figura del Barco, siempre azotada por enormes olas que al golpear se multiplicaban en pequeñas gotitas que llegaban a alcanzarnos como suave lluvia.
Ya en el vehículo y camino a nuestro destino, sentí la sensación de que algún alma circundaba los hierros retorcidos del pesquero encallado, pero no dije nada al respecto, pues no era común en nosotros creer en cosas sobrenaturales o milagrosas.
En realidad no sé por qué pensé en ello, es que siento una atracción muy grande y mucha tristeza cuando veo un siniestro marítimo, y desconozco por que razón me ocurre ésto.
Llegamos tarde a la ciudad y así como estábamos, sin antes pasar por nuestro departamento, buscamos un lugar para cenar.
Era en otoño de 1996 y estábamos allí por una cuestión laboral encargada por la empresa donde yo cumplía tareas, me acompañaba mi pareja Beatriz.
No fue fácil encontrar un restaurante abierto a esas horas, sin embargo frente al puerto vimos que uno tenía las luces encendidas y nos dirigimos hacia él. Un señor mayor nos atendió, soy el propietario nos dijo; a lo que seguidamente advirtió: El local está a exclusiva disponibilidad para ustedes, tomen asiento.
Nos pusimos a conversar con el dueño, quien nos mencionó que su esposa e hijo estaban por razones familiares en Buenos Aires y que él estaba ya casi por cerrar, pues no siendo temporada turística el trabajo es muy escaso.
Luego de titubear sobre que podríamos comer, el caballero expresó:
- Déjenlo en mis manos, les voy a hacer preparar un arroz con calamares especial y luego me cuentan el resultado.
Pedimos una botella de vino tinto y aguardamos un largo rato nuestra cena, mientras tanto untábamos unas ricas tostadas con un preparado especial, muy rico, que nos había dejado el patrón, en un generoso recipiente.
Por fin llegó la comida, de aroma espectacular y que decir del placer de haberla degustado. No dejamos nada.
Contento el dueño, se acercó a preguntarnos los resultados y nos ofreció un café a cargo de la casa.
Aceptamos gustosos y surgió una charla.
Le contábamos de nuestro paseo y del misterioso barco encallado, cuando se le transfiguró la cara y se le pusieron brillantes los ojos.
- Qué pasa, preguntó Beatriz?
- Mire señora, es una historia muy triste.
Fue hace dieciséis años, mi hermano era marino y además en su tiempo en tierra oficiaba de cocinero en este negocio y la realidad es que falleció a consecuencia de ese naufragio. Para ser sincero les cuento que la mayoría de sus tripulantes fueron rescatados, incluso mi querido hermano. Pero a consecuencia del disgusto y la tragedia, falleció a los pocos días de un ataque cardíaco. Fueron tan intensos los momentos de terror que tuvo que pasar que su corazón no lo pudo soportar.
- Oh Dios, exclamé por lo bajo y pregunté: ¿Y él, estaba casado?
- Si, justamente mi cuñada lo reemplaza en la cocina de este local y fue ella quien les preparó este rico plato, exquisitez de la casa y creación de mi nunca olvidado y adorado hermano.
Nos quedamos fríos y no pudimos agregar mucho más que dar unas palabras de consuelo y así nos retiramos a nuestro departamento, ambos mudos dentro del automóvil.
Llegamos y aún sin casi pronunciar palabras, nos dispusimos a mirar las caracolas y objetos que habíamos recogido de la playa.
De pronto le digo a Beatriz: ¿Ésto... lo levantaste tú?
- Creo que sí, respondió.
Era una cucharita totalmente oxidada pero su diseño y tamaño era igual a la de nuestras tazas de café de aquella noche y curiosamente llevaba una inscripción similar en su mango, donde se podía leer P-III. No lo podíamos creer. Tanta coincidencia nos apabulló y nos dejó absolutamente mudos por unos instantes.
Al no entender que estaba ocurriendo, nos fuimos a dormir muy confundidos e impresionados.
Pero de esa historia me quedó una cábalo, y a partir de entonces dispuse que la cucharita fuera mi amuleto de la suerte y cada vez que viajo a algún sitio la llevo conmigo.
Jorge Horacio Richino
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Referencias: Año 1980 - Embarcación \"Pesquera III\"
Pesquero argentino botado en el año 1970.
Pertenecía a una serie de quince unidades, todas llamdas CUTTER y numeradas del I al XV, construidas para Cuba, en los astilleros Rosslauer Schiffverft o Elbenwerften B / R, de Rosslau, Alemania Oriental.
Su número de matrícula era 4946.
Sus dimensiones en metros eran: 37,70 x 8,22 x 5,49; Calado: 3,47 metros.
Tenía un registro grueso de 338 toneladas y un porte bruto de 236 toneladas.
En la década del 70 fue vendido a Pesquera Galván S. A., de Puerto Galván y rebautizado PESQUERA III.
El 29 de Abril de 1980, mientras estaba fondeado en la rada de Necochea, es embestido por el buque CARIBEA y vara a 1.500 metros al Norte de la boca del Puerto.
Pérdida Constructiva Total.
Fuente: www.necocheamiciudad.com
Jorge Horacio Richino
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