Una y otra vez paso por la plaza…llego,
me siento en uno de los bancos de cemento
recorro con la mirada los árboles añejos
el mástil, la bandera, el monumento,
este pedazo de suelo, tan mío, tan nuestro.
Comienzo a despedirme, me estoy yendo.
Me interno en el monte tras una calandria
pues mi oído quiere atrapar su canto
y yo quiero llevarlo en el alma, conmigo
junto con la sombra que da el paraíso,
llevarme también el murmullo del río.
Deseo irme, pero también no quiero.
Silente la noche…miro las estrellas
y en la hierba verde el reflejo de ellas,
plata y esmeralda se vuelve el rocío
quisiera guardarlas en algún bolsillo
para que iluminen siempre mi camino.
No te digo adios, solo un hasta luego.
Cargué mis alforjas, llevo lo que tengo
el cariño de los que me quieren y quiero,
las caricias de mi madre y sus besos,
el recuerdo de un amor que no olvido
y en el corazón, el nombre de mi pueblo.