Los días vuelven a florecer
indomables y eternos,
me siento a contemplarlos
y ofrezco a mis oídos
una voz de diosa angelical
que me enternece.
Me aburro como nunca en la vida
y siento el caminar en cuerda floja
por sobre ese ennegrecer verdoso
con tonos de azul violáceo,
que posee dentaduras
colmilludas y espantosas.
Ya sin lugar donde correr,
donde esconderse,
me enfrento al monstruo negro
de espadas calcinantes,
de mirada sublime, ensordecedora.
Mientras el hada, esplendorosa
me convida de esa forma de ser
un tanto niña y otro tanto sedosa.
No entiendo si su llamado
que propone amistad eterna
me ofrece salvación, o me acerca más
a esa criatura de mazmorras inertes.
El hambre llega y no perdona,
hambre de tener esa mirada divina
posada en mis sueños,
mientras esas manos
cocinan jugosos manjares.
Deseo con los huesos
hurgar entre pieles blanquecinas,
flirtear entre lo sádico, la lujuria
y esa inocencia parca que derrota
al más inescrupuloso de los demonios.
Esa saliva de deseo
no para de sostener mi lengua,
mientras las piernas
dan el presente a cada instante
como si cada vena, cada gota de sangre
se desesperaran por salir a buscar
a ese hada mágica.
Manos ansiosas por agarrar, sostener,
acariciar, pellizcar y maniobrar,
ya se separan de las muñecas
para flotar emergentes,
son seres independientes,
casi deidades.
La voluntad se confunde con el palidecer,
me siento remolón y altivo al mismo tiempo,
quisiera cagarme a palos con el más fervoroso
de los enemigos mundanos
y tambien en cuclillas digerir
ese llanto que tan sólo nunca sale.
Tal vez necesite de ese hada silenciosa,
o tal vez no, quien lo sabe.
Tal vez salga a buscar pegasos majestuosos,
blancos, mancipadores, avallasantes.
O volver a besar a ese hada
impuesta en mi vida, ya de por sí,
con ese resplandor celeste que la cubre
y ese volar torpe y hermoso
que envuelve a este ser,
esta indómita herejía de hombre
la cual sostiene mi razón y corazón.
No se que depara la lejanía
mientras la diosa ángel me eleva
en sus coros de melodía maravillosa...