Alberto Escobar

Pureza

 

No te limpies la boca

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A lo lejos una fuente.
Acosado por un Sol que no deja de señalarme intuyo a no muchos metros
una fuente, unos gitanos se solazan al refresco.
¿Me permiten un trago? solicito amable a una de ellos, que me franquea
el chorro para que el maná se me derrame de gozo por el pecho.
Mientras, sus tostadas pieles distraen en líquido elemento el rigor
de este verano, un verano que cada tarde se les sienta en la modesta
realidad de sus porches, no muy lejos del juncal que tachona el río.
Levanto la vista al largo del camino, el deseo de llegar me enerva las
entrañas, me invitan solidarios a participar en su acuático festín,
cosa que declino con la simpatía que hacia ellos me brota, y me voy.
Una corriente eléctrica de complicidad me recorrió de arriba abajo,
la teluria profunda de mis raíces se me alineo con la franqueza de
estas gentes, como si sus ropajes fueran de un inconsútil entramado.
El gitano que se cuece en la calle es un tubérculo que nace de las
entrañas de una tierra tan fértil como misteriosa, de la que me siento
proceder. Gozan y chorrean a la vista del espectador una pureza, una
fuerza torrencial procedente de tan lejos hacia el corazón de la tierra
que cualquier pulimento, cualquier intento de perfección, deviene
en el acto imperfecto e inapropiado a todas luces.
En la postrera intimidad de mi gabinete recuerdo esa bofetada de
lo genuino que dejé sentir en mi mejilla, debe de ser que me sé fruto
de su misma sementera.
Que la inevitable civilización en la que me sumerjo no ahogue
el espiráculo que airea los hondones de mi esencia.
Quiero respirar.