Hace tiempo que te fuiste.
No te voy a mentir, no ha sido nada fácil estar sin ti.
Me acostumbré a que siempre estuvieras ahí y, de un día para otro, solamente quedó el eco de tu ausencia. Supongo que la culpa es mía por haber llegado a depender así de alguien.
Me lo había prometido hacía tiempo: “nunca más”. Aún así, te hiciste un hueco tan importante en mi vida que no sé cómo no lo vi venir.
El golpe fue tremendo.
Tu partida arrancó uno de los cimientos que lo sujetaban todo.
Mi mundo aún tiembla cuando piensa en ti, amenazando con tormentas de lágrimas frías que mueren solo cuando rozan mis labios.
Esos que antes era tuyos y que ahora poco a poco aprenden a estar sin ti.
Te dije adiós sin creer que fuera definitivo. Como tantas otras veces.
Quién me iba a decir a mí que en esta ocasión tendrías el valor que siempre echabas en falta. Y no te culpo. Seguramente debí irme yo hace mucho. Fuimos cobardes demasiado tiempo.
Hoy lo veo todo mucho más claro.
La vida sin ti es lo que necesitaba.
Por muy duro que fuera al principio, ahora estoy conociéndome de nuevo.
En la soledad de mis días me encuentro conmigo mismo, me enfrento a mis fantasmas y poco a poco, vuelvo a pensar en futuro.
Se acabó la dependencia, ya no necesito de nadie para ser feliz. Me he encontrado con alguien que nunca debí dejar atrás.
Y no volverá a pasar.