Marchitaron los nardos que su rima tenía
y los sueños perdieron su precioso arrebol,
que su rosa de mayo, que de rojo vestía,
le negó su belleza mas radiante que el sol.
Cataratas de llantos su vigor doblegaron
y los lirios oyeron su mas triste versar,
y romances que antaño con fulgor le brotaron,
se volvieron lamentos de terrible pesar.
En su rito sagrado de adorar su figura
de su numen brotaba la mas dulce canción;
mas la dama impasible despreció su ternura
y clavó en sus entrañas el mas cruel aguijón.
Sus anhelos volaron por recónditos mares,
por los mares del alma, que sufría el dolor
de la flecha maldita, que colmó de pesares,
la celeste armonía de tan grande cantor.
Y de nada sirvieron sus ofrendas de flores,
ni su verso pintado con grandioso pincel;
pues su musa ignoraba que las penas de amores
nos convierten en cardos el mas regio clavel.
Y se fue marchitando del poeta su esencia,
sus nocturnos sabían a requiém funeral;
le faltaba a su entorno, del amor la presencia,
que soñara por siempre de manera mortal.
Y cansado de tanto doblegar su nobleza,
se olvidó de la fama, del honor, del festín,
y pensando en su amada, con enorme tristeza
se callaron sus liras y su magno clarín.
En su augusta cabeza no cabía la gloria
sin tener a su lado su razón de existir,
y los grandes dolores de su trágica historia
un oscuro diciembre los dejó de sufrir.
Autor: Aníbal Rodríguez.