Donde las hienas duermen
tranquilas, como fieras dominadas
por familias crepusculares.
El sol muerde los muslos con sangre,
y la envidia, ofrece sus fauces a la acometida
del baile sin máscaras.
Allí la luna desciende sin objeto entre
raíles de perfidia metálica, y alguien
busca los minerales de la desidia
como barcos que se hunden hasta la cintura.
Proceden con cautela los miembros disminuidos,
las exigentes maderas que danzan en cuerpo y alma,
sobre acantilados deplorables: es la mañana
del león. Del acerado diente amarillo, de la noche
descendida por los ríos como trenes boca abajo,
como azucenas mortecinas que exigieran su leche
del pecho materno.
Es la tarde del día incisivo; es la tarde plena
que combate y conecta laberintos de luz.
Ideogramas falsos o vacíos, quedan suspendidos.
Sólo un cuerpo queda surtiendo de sangre los edificios:
las plantaciones drenan sus superficies.
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