Un siete de agosto extendiste tus alas y volaste alto.
Te apagaste lenta en tu lecho nupcial.
A tu lado él, quien te acompañó por más de setenta años.
Impotente veía como te ibas y una plegaria por ti recitaba.
La abrazaste fuerte, no querías que sufriera,
mas nada pudiste hacer viejo querido.
Mientras las campanas de la iglesia anunciaban las siete y media de un nuevo día,
un último suspiro salió de tu cuerpo mal herido, paloma mía.
Lágrimas de desconsuelo ante tan sagrado momento.
Silencio desgarrador, solo tenía que manifestarse crudo el dolor.
Un llamada desgarraba mi pecho. ¡Cuán dolorosa la distancia!
Querer y no poder compartir tal suceso.
El dolor sigue ahí, escondido en lo profundo del pecho,
Aprendes a vivir a con él, mas jamás desaparece.
Aceptas, no te resignas ante lo que natural acontece.
Hoy de nuevo quiero agradecer a quien cercano se mantuvo,
quien con una frase, con un silencio o un gesto estuvo.
Gracias madre querida, por haberme donado la vida.
Perdona no haber estado presente en día de tu partida.
Haber podio besar tu frente madre querida.
Descansa en paz, Rosalbina, flor amada, madre, amor eterno, sin medida.