Hoy he visto rodar por tus rosadas mejillas
dos perlas que emanaban de tus glaucos ojos
y deslucían los primorosos pétalos rojos
con los que tantas veces epatando al sol brillas.
Cuando así esa tu opalescente faz mancillas,
sólo puedo postrarme ante ti de hinojos
y con dolor arrancarme los mil y un abrojos
con que mi lastimado corazón acribillas.
¡Oh, serafín, bajado en carne mortal al suelo!,
ten lástima de este mísero y triste cautivo
que por ti sufre tanto y tan amargo desvelo,
que antes muerto preferiría verse que vivo
si por furtiva lágrima se ve empañada
tu divina beldad por tus ojos derramada.
Canciones de amor.