Danae Beltrán

En la cruz

Un madero obtenido de la tierra maldita.

Clavos escogidos por los hombres.

Azotes hechos y provenientes de las manos de hombres despiadados.

Espinas: fruto de la maldición de la tierra.

Cachetada en una mejilla,

Tú pusiste la otra.

Algo húmedo cae sobre el rostro desfigurado del Hijo del hombre,

la maldición del mismo.

Mentiras y desprecios de los sanados.

“¡Muere, maldito!”

se escuchan de aquellos que una vez exclamaron “¡Hosanna!”

Un paso y ya no puede.

Otro paso y se desvanece.

Alguién más le ayuda a cargar el peso de Su deshonra.

Tendido sobre el madero, listo para ser quebrantado,

Tal cuál oveja frente a sus trasquiladores.

Un martillazo y rompe la piel.

Otro martillazo y quiebra el hueso.

Uno más y el Hijo de Dios queda adherido a la maldición de ser clavado en un madero.

Lo que el cielo no experimentó, lo siente su carne sobre el madero.

El Hijo está lejos de Su Padre.

Se eleva la cruz en lo alto.

Unos ríen. Otros lloran.

El Hijo de Dios ha sido levantado.

Dislocados están sus hombros ya.

Su rostro desfigurado y la piel desgarrada.

Con dificultad, alcanza a elevar sus rodillas para respirar.

Ese es el Hijo del hombre.

Entiende, pero el dolor es engañoso.

La humanidad de la deidad clama, pero no es escuchado.

Y ante la espera, unas palabras resuenan:

“En tus manos encomiendo mi espíritu…”

Silencio…

Y ante la espera, unas palabras resuenan:

“Consumado es.”

El plan de salvación, consumado fue.

La gracia para con el hombre culpable, consumada es.

El hijo de Dios, consumado fue.

Una lanza, punta afilada que atravesó el costado del Altísimo,

y de Él manó la vida,

espíritu derramado en aquel madero.

Una vez más llévame a la cruz.

Una vez más y no me hagas olvidar.

Otra vez y recuérdame lo que pasó…

¡El gran Rey resucitó!