Te dejaré crecer hasta que la muerte
te separe del hábito de tu cuerpo,
lo hunda en la amnesia más completa,
como si pasaran mil años,
suelte los guijarros blancos de tus pupilas
alisados por las lágrimas
y los deslice
por el vacío que se abre bajo los pies
de las mujeres asustadas al verte
sin un asidero posible.
Crecerás hasta que dés
con tu cuerpo de adulta,
de golpe,
ya crecido ya envejecido ya viejo
ya con arrugas y piel floja en los brazos
ya próximo al olvido absoluto
de tus sueños de niña
ya más allá de los sueños
que iluminaron
tu infancia
de una luz como viento
entre hojas de primavera.
La casa se hundirá en silencio
después del estruendo
que anunció en plena mañana de trabajo
el seísmo de la noche por venir
que nadie se habrá esperado, a pesar del anuncio,
a pesar del aullido prolongado de los perros
a pesar de la brusca falta de agua en los pozos.
Alguien está haciendo macanas bajo tierra
donde se apoyan los cimientos de los edificios
en los que nos sentimos resguardados y a salvo.
Alguien está haciendo macanas allá abajo
donde se forman el gas el petróleo
y los minerales de hierro y de cobre.
Está haciendo macanas desde hace mucho tiempo, lo sé.
Está, junto con otros como él, alrededor de unas ollas
donde hierve la lava de los volcanes
a punto de rebosar. La muerte
te separará de tu cuerpo que quizá se queme y se pulverice
con el fuego originario que sube y sube y desborda,
pero: ¿y tu alma? Pero: ¿tu alma?