Debajo de un árbol desahogo de mis ojos el llanto,
me siento en el suelo y lleno de desvelo
hago una línea sobre la tierra,
y escribo sobre ella con el dedo
lo que yo me guardo.
En ese instante de vacío y silencio
me recorre el cuerpo un escalofrió
y para colmo me cae en el brazo una gota
y digo: ¡Dios mío! ¡Dios mío!
¿Será que el árbol llora mi triste derrota?