A José Ramón.
Extendiste tu cayado
en la rayz y la niebla.
Del mar del valle
al junco oceánico,
sostuviste
la inspiración interina
de aquel lobo hombre
a mi lobo poesía.
Río arriba
apareciste renacentista;
río abajo,
persecutor perseguido
del rumor de tu estirpe.
Bendito fuiste
y fuiste escrito.
Bendito don
talló nobilísima tu cuna
a llamarte
trovador infante del bohemio de cantares.
Aclamado
en el enigma de tu lumen,
ibas y venías
mecido por castañuelas
en brazos de la bella pastora.
En lunas de sangre,
único,
sin la duplicidad
de la perfecta creación
te arrullaron estrellas sonajas
y sones de alumbre.
Llorabas aún en el seno
de la roble nodriza
las convalecientes juventudes
ausentes del aceite de tu virgen.
Pero te hice dolor
de la dicha pronunciada
en el incienso y el estuco;
en el embrujo
de un beso tímido
en las letras
que dictaste a la zarza
de mi porvenir lamento...
Mas me alegré en tu mirra.
Entinté mi faca
para posar de rúbrica
los papiros nuevos
donde perpetuarte
como tus labios sabios
la leyenda del amante;
la defensa de tu reino
y el fortín venerable
de tu palacio insospechado.
Colgué la insolencia
a mi pecho
junto al medallón
de tu semblante soleado.
Troquelado te llevo
de la intención pasional
de tu propalar,
insondable morador
de mis prosas y mis sonetos ajados.
Aquí tu numen,
hija de lira;
orgullosa del cortejo
del primer hombre
cruzando
por su andador;
por su soledad
que no estará de soledades.
Con ella
tú y yo,
los solos del mundo,
entintaremos de esperanza
su secreteo.
Ventana abierta del alma encerrada.
Alma encerrada en la abierta mirada...
Escucha el feriado celestial
en tus dos solos nombres:
Ventana y alma.
Alma y poesía.
Alma.
¡Aullar de mi poeta
y mi poesía!
Yamel Murillo
Amantísimos©
Agosto 08 2019
Las Rocas del Castillo©