Brom Beto

ALLÍ EN EL TIEMPO (relato a dos manos)

 

 

 

Capítulo I

 

En un pueblo alejado, quizás olvidado entre montañas y desfiladeros, el viento llega apresurado para comenzar el regreso.

Una mujer obesa, que tiene mucho para recordar, abre la puerta grande de su casa, una inmensa mansión codiciada por sus vecinos. Allí nació, al igual que su madre y su abuela, tal vez la cuenta regresiva continúa en el tiempo pasado.  Se siente dueña y responsable del secreto de una historia que todos conocen, pero no muchos atinan a comentar.

Todo tiene una razón y un comienzo, nada es porque sí, siempre hay un motivo, aunque se ignore o no se revele.

 

Viajemos hacia atrás...

 

Era una tarde como tantas otras; la primavera ya anunciaba su pronta llegada, pequeños brotes parecieran vislumbrarse en plantas y arbustos, también en algunos árboles; el sol estaba en su apogeo, sus cálidos rayos llegaban a todos los rincones.

Con su nuevo vestido, que estrenaba el día de su cumpleaños, correteaba ufana y contenta... todos necesitaban verla, esperaba ser acreedora de cumplidos y zalamerías, algunos falsos… pero con seguridad los habría sinceros. 

Sintió la cercanía de una pandilla de jovenzuelos que se acercaban, quienes llegaron hasta ella; escuchó risas y exclamaciones que lograron ruborizarla... sintió molestia y optó por no responder, e ignorando toda serie de sugerencias y propuestas prefirió volver y emprender el camino de regreso a su casa, situada a unos escasos pasos de allí. 

Temió que la historia se repitiera en ella. Su abuela le había comentado que, en tiempos en que era joven y agraciada, unos muchachos solían aparecerse en los alrededores de la casa con intenciones dudosas; eran chicos de malos hábitos que disfrutaban incomodando a las mujeres de la zona.

Su madre era pequeña cuando esto sucedía.

Su abuelo se pasaba trabajando en el campo de sol a sol y regresaba al hogar ya entrada la noche. El amanecer lo encontraba ya listo para emprender una nueva jornada, sin que importara el cansancio acumulado.

Y fueron muchos los días en los cuales don Aurelio no compartió momentos en familia… y fueron incontables las lágrimas derramadas por su sufrida esposa, quien se iba a dormir dejando una nota dándole las buenas noches y avisándole que le había guardado la cena en la heladera.

Años más tarde don Aurelio vería recompensado tanto esfuerzo y, merced al buen manejo del dinero obtenido por su trabajo, progresó hasta convertirse en el dueño de una estancia.

No obstante haberse sacrificado para dejar una buena herencia, que permitiría a sus descendientes vivir sin sobresaltos, su abuelo no moriría en paz. Un doloroso secreto había trazado profundos surcos, tanto en su piel como en su alma.

Samara recordaba a su abuela Antonia con lágrimas en los ojos. Ella nunca había podido contarle el final de la historia, se quebraba cada vez que lo intentaba. Y finalmente partió llevándose a la tumba el motivo de su congoja.

Mucho tiempo después, Samara se enteraría del oscuro secreto que pesaba sobre la familia, pero no fue de labios de su madre que lo supo.

Una ajada fotografía en tonos sepia sobresalía por fuera del libro que su progenitora guardaba en un cajón de la cómoda. Y fue así como la chica comenzó a desatar el ovillo.

Había un parecido asombroso entre su difunta abuela y el pequeño de la foto. ¿Quién era ese niño? se preguntó Samara en aquel momento.

La respuesta llegaría años más tarde.

No dijo nada a su madre sobre la foto, intuyó que era algo que quizás ella no debería saber, razón más que suficiente para evitar las preguntas que con seguridad traerían respuestas que distarían de ser verdaderas; optó por volverla a poner en su lugar y tratar de averiguar por su cuenta la incógnita sobre el origen de aquel niño.

Entretanto, dos coches que circulaban por una carretera cercana protagonizaron un lamentable accidente al embestirse entre sí, con resultados trágicos… los padres de Samara perdieron la vida en tal colisión.

A sus escasos quince años ella supo afrontar con admirable entereza el haberse convertido en huérfana de la noche a la mañana, ese infausto incidente cambió su vida en forma drástica.

Las decenas de personas que concurrieron al entierro: familiares, amigos, vecinos y colegas de su padre, no permitieron que se sintiera sola y la acompañaron durante el transcurso de la ceremonia. Comprendían, o por lo menos trataban de amenguar el dolor y la angustia por tan irreparable pérdida.

En aquellos tristes momentos Samara  permaneció aturdida, no entendía a ciencia cierta qué había ocurrido y por qué estaba allí rodeada de tanta gente, la mayoría desconocidos. ¿Qué pretendían de ella?...  en especial un hombre que se acercó balbuceando un ‘nos veremos más tarde’, quien desapareció mezclándose entre el tumulto.

Los padres de la chica fueron inhumados en el panteón familiar, junto a sus abuelos.

Culminadas las exequias, Samara tomó consciencia de la nueva situación que la dejaba como única heredera de una inmensa fortuna. Siendo menor de edad no podía firmar papeles, era imperioso nombrar un tutor… ¡¿Pero quién?!... No confiaba en ninguna de sus tías.

Las hermanas solteronas de su padre eran verdaderas arpías que marchaban detrás de todo aquello que oliera a dinero; pero los millones provenían del lado materno, y sus abuelos Aurelio y Antonia sólo habían tenido una hija: su madre.

No faltaron vecinos interesados en el porvenir de la chica, ofreciéndole sus servicios como administradores de sus bienes. Pero ella no se dejó embaucar por esos oportunistas, eran por demás evidentes sus intenciones.

Samara meditó durante un tiempo sobre la importante decisión a tomar, necesitaba contratar a alguien para manejar los fondos de la cuenta bancaria. Pronto se acabaría el dinero guardado en la caja fuerte de su casa.

Una tarde en que la joven intentaba distenderse mirando una película por un canal de cable, recibió una inesperada visita.

Al observar por la mirilla reconoció el rostro, se trataba del sujeto que le había susurrado algo al oído durante el sepelio de sus padres. De inmediato colocó la traba y entreabrió la puerta para ver qué se le ofrecía.

Entonces él se presentó como Augusto Farfán y le entregó una carpeta conteniendo información sobre su impecable trayectoria como abogado, además de excelentes referencias comerciales, todos datos de veracidad comprobable.

Con la intención de ganarse la confianza de Samara, le pidió que se tomara su tiempo para verificar el contenido de esos papeles y le dejó una tarjeta con su número telefónico, sin compromiso alguno. Fue un inteligente ardid el utilizado por el Doctor Farfán, que luego le traería jugosos resultados como tutor de la menor.

Pese a haberle confiado a ese hombre el manejo de sus bienes, había algo en él que inquietaba a Samara.  Sus ojos le recordaban otros; estaba segura de haberlos visto en otra parte, mucho antes del sepelio de sus padres.

Sus sospechas no tardaron en dilucidarse; una tarde de lluvia decidió volver a revisar el cajón de la cómoda de su difunta madre, allí buscó la foto de aquel niño.

La tomó entre sus manos y la comparó con una serie de fotos de su querida abuelita… ¡ahora estaba segura!, el parecido entre ambos era notable, imposible decir que no eran madre e hijo.

Ya segura de tal determinación, se ocupó de fijar una entrevista con su flamante abogado, con intención de aclarar ciertos términos del contrato de Tutoría; esa fue la excusa, aunque el verdadero motivo era poner en evidencia la existencia de aquella foto tan reveladora.

La reunión se efectuó en las oficinas del letrado, a escasos días de haber sido solicitada. Después de los obligados saludos protocolares, Samara, sin titubeos, depositó la foto sobre la mesa…

    -¿Conoce a este niño?

    -¿Dónde encontró esta foto?... exclamó el abogado - Y sin esperar respuesta, miró con ojos fríos y acusadores a su cliente, a quien dirigió una nueva pregunta…

   -¿Por qué cree que debo conocerlo?

   - Por la sencilla razón de que no es otro sino usted, y me extraña que no se reconozca, y además no entiendo su ofuscación, sólo se trata de una indefensa fotografía de tiempos pasados, o quizás no sea tan indefensa y guarde algún secreto… ¿Qué opina, Augusto?

   -De acuerdo, usted gana… pondré las cartas sobre la mesa. Lo que le voy a contar sucedió hace muchos años. Mi padre y unos amigos habían bebido más de la cuenta; de pronto se toparon con una mujer atractiva y comenzaron a acosarla. Ella intentó escapar, pero la acorralaron y mientras dos la sostenían, el otro la abusó sexualmente. – comenzó a relatar el abogado.

 

Capítulo II

   

Samara se horrorizó ante lo que estaba escuchando y en ese momento se le vinieron a la mente las charlas con su difunta abuela, en las cuales Antonia terminaba quebrándose sin revelar la razón de su congoja.

El Doctor continuó…

   -Esto me lo confesó mi padre apenas tuve capacidad para entender. Y ahora convendría que empecemos a tutearnos, al fin y al cabo somos familia, pues la mujer abusada era tu abuela Antonia, y quien la embarazó fue mi padre.

Samara ya suponía esto luego de haber hilvanado los hechos, pero ello no impidió que reaccionara dándole un cachetazo al letrado. A continuación le gritó en forma contundente, en tanto lo miraba con desprecio:

    -¡Así que somos familia, mire usted!… ¡Y me lo dice con esa naturalidad!

    -Comprendo tu reacción, mi querida sobrina…  y ahora permíteme continuar. Según supe, tu abuelo contrajo una enfermedad que lo dejó estéril luego de que naciera tu mamá. Así que, como te imaginarás, tu abuela no podía presentarse ante él luciendo su embarazo. Tampoco estaba en sus planes practicarse un aborto, ¡Gracias a Dios!, de modo que tuvo que inventarse una excusa para ir a España a visitar a unos familiares. Aurelio no le puso objeción a eso, estaba demasiado ocupado con sus negocios. Luego Antonia fue estirando la fecha de regreso, recurriendo a otras mentiras; mientras tanto tu madre quedó al cuidado de una niñera. Y cuando tu abuela me trajo al mundo me dejó a cargo de una amiga, quien más tarde se comunicó con mi padre y lo puso al tanto del evento. Transcurrido un tiempo, esa amiga fue a visitar a tu abuela y cometió la torpeza de hablar sobre mí, sin darse cuenta de que tu abuelo estaba escuchando… y así fue como se enteró de la verdad.- explicó con sorprendente parsimonia el abogado

    -¿Y cómo llegó esta foto a las manos de mi madre? – preguntó Samara en tanto la señalaba.

    -La envió mi padre a tu abuela por correo, para que al menos tuviera un recuerdo del hijo que apenas llegó a conocer. Ignoro si tu madre estaba al tanto de mi existencia… Y ahora estoy aquí para reclamar lo que me corresponde y que me fue arrebatado injustamente  – concluyó Farfán con descaro.

    -Tu padre le arruinó la vida a mi abuela, la vi llorar hasta sus últimos días. ¡¿Cómo te permites hacer reclamos?! Incluso estoy empezando a dudar que la muerte de mis padres haya sido accidental  – exclamó la chica sin tapujos - es más, considero que lo mejor sería acercarme a la Estación de Policía y averiguar si tienes algún prontuario, casi seguro que allí sabrán ayudarme para lograr esclarecer mis dudas.

Se levantó ofuscada, sus facciones así lo indicaban, ya en camino a la puerta de salida agregó en voz bien alta:

    -Ya nos volveremos a encontrar… no aquí, de eso estoy segura, pero te garantizo que será en circunstancias diferentes… sugiero que te vayas preparando, no soy de las que dudan en cuanto a tomar decisiones.

El golpe al cerrar la puerta hizo vibrar las paredes, fue una prueba fehaciente de que aquella reunión había finalizado.

El abogado no alcanzó a salir de su asombro, al punto tal que -en un primer momento- no entendió la impulsiva reacción de la joven. La foto de aquel niño quedó grabada en su mente. Cavilando…  analizó las consecuencias posibles si la Policía accedía a la petición de Samara. Cierta preocupación comenzó a crecer en sus adentros, era necesario tomar con fuerza el timón; pese a que el mar agitado beneficia la pesca, requiere de suma atención para poder afrontar los vaivenes que se avecinan.

Samara volvió a su casa. Los nervios la mantuvieron en un estado de tensión desconocido para ella, no sabía cómo calmarse y decidió darse una ducha de agua fría, quizás ayudaría...

Después del agua, que sirvió de mucho alivio, se calentó un vaso de leche y se sentó en la cocina; tomó su celular y llamó a Josecito, su querido amigo que siempre estaba dispuesto a escucharla y asesorarla.

 

Josecito -así le decían para diferenciarlo de José, su padre- conoció a Samara en un centro médico especializado en nutrición, adonde ambos asistían con frecuencia, debido a sus problemas con relación a la comida.

Poseían además otras afinidades que contribuyeron a fortalecer su vínculo, y por ello Samara no dudó en llamarlo.

    -Hola, amigo, necesito tu ayuda. Tengo razones para sospechar que el tutor de mis bienes tuvo algo que ver con el accidente de mis padres, y pienso que tu padre, siendo fiscal, podría darme una mano para probarlo  – dijo la chica

    -Es una acusación muy seria ¿Por qué sospechas de él? – preguntó Josecito

    -¿Recuerdas la foto del niño que te mostré no hace mucho? ¡Se trata nada menos que de Augusto Farfán!, es el hijo no reconocido de mi abuela Antonia y también heredero de nuestra fortuna. – dijo Samara, dejando boquiabierto a su amigo

    -Ah… ya voy entendiendo. Siendo así, él tendría motivos suficientes para haber provocado el accidente. ¡Y mira qué astuto fue, además, al conseguir que lo nombraras tu tutor! Hablaré con mi padre  y veremos si se puede hacer algo – respondió Josecito

    -Gracias, amigo, sabía que podía contar contigo. Avísame apenas haya noticias – dijo Samara y dio por concluida la comunicación

Pero Samara no sabía que el destino le tenía preparada otra jugarreta…

Resultó que José Altamira, padre de su amigo, ya conocía a Farfán por haber cursado ambos en la misma facultad y haber coincidido en algunas materias.

El hasta entonces tutor de los bienes de Samara ya había tomado sus recaudos por si le tocaba ir preso, dejando vacía la cuenta bancaria de la menor. Luego ese dinero le ayudaría a negociar su liberación.

Y no se equivocó, ya que tuvo que ceder la mitad de lo robado para silenciar al fiscal y así continuar en libertad.

La chica debió recurrir a la venta de objetos de valor, que por fortuna eran muchos, y eso le permitió llevar una vida aceptable, aunque sin lujos, hasta su mayoría de edad.

Aunque eso no fue lo peor que le sucedió… ella ya no volvió a confiar en Josecito, pese a que él le jurara que no tuvo nada que ver con el accionar de su padre.

Y la sucesión de infortunios la llevó a recaer en su antigua adicción por la comida.

Samara empezó a distanciar las visitas al Instituto Alimenticio, pues no deseaba reencontrarse con su amigo, hasta que decidió abandonarlas por completo, al igual que su relación con Josecito.

Los tejes y manejes del abogado dieron como resultado que gran parte de la herencia familiar quedara en sus manos; la mansión y unos campos adyacentes a la propiedad fueron registrados a nombre de Samara.

Los años continuaron su derrotero…

 

El viento sigue soplando y oliendo a recuerdos.

Samara acaba de salir de la mansión, está lista para cumplir con el ritual que lleva a cabo tres veces al año, en cada aniversario.

Revisa el enorme ramo y se acomoda la ropa, intentando disimular sus kilos de más.

Se dirige al auto donde la aguarda su chofer; ella nunca quiso aprender a manejar después de aquel accidente que costara la vida de sus progenitores.

    -Buenos días, Perkins, imagino que ya sabes adónde nos dirigimos… - dice ella mientras se ubica en el asiento trasero

    -Good  morning, Madam. Of course I know – responde él con su seductor acento escocés

Perkins entendía a la perfección el castellano, pero le resultaba complicado armar una frase por fuera del inglés.

Durante el trayecto al cementerio Samara aspira el aire de la ventanilla, el cual favorece la propagación del aroma floral; apenas llegan a destino divide el ramo en cuatro partes iguales, como suele hacer siempre, y luego desciende del vehículo.

Perkins enciende la radio, a sabiendas de que la espera será prolongada. Lo que no imagina es que ésta no será una visita igual a las demás.

El panteón luce cuidado con esmero, merced a las abultadas propinas que recibe el responsable de su mantenimiento.

Samara coloca los ramos en los distintos floreros, luego reza… y en ese momento se siente invadida por un halo especial.

La mujer que sale minutos más tarde del panteón ya no es la misma.

Una hora después, ya de regreso en su vivienda, sorprende a su chofer con una pregunta inesperada:

    -¿Sabes bailar, Perkins? Salgamos esta noche ¿Qué te parece?

    -I beg your pardon, Madam… -  dice él, creyendo haber entendido mal, y a la espera de que ella rectifique lo dicho.

    -I mean dance. Something like that… – responde ella en tanto menea sus caderas.

Perkins la observa estupefacto, pero complacido. Por primera vez ve brillo en los ojos de Samara. Y entonces acepta la propuesta con una sonrisa.

La noche los aguarda… los malos recuerdos quedaron atrás.

 

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Autores

Laura Camus (Argentina)

Beto Brom (Israel)

 

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*Registrado/Safecreative N°1811139031785

*Imagen de la Web con texto anexado