Una tórrida y ardiente mañana de estío
deambulaba situbundo y vagaroso
entre el verde follaje de un soto nemoroso
que descollaba en un paraje al lado del río.
Una suave aura se deslizó por el plantío
haciendo mi errabundo vagar tan delicioso,
que para sentirme completamente dichoso
tan sólo precisaba tenerte al lado mío.
En medio del apacible y silente boscaje,
descubrí el placentero frescor de una fontana
y a una náyade que sus cabellos de oro
peinaba absorta en tan idílico paraje.
Cuando quise ver su cara teñida de grana,
se desvaneció ante mí como un meteoro.
Canciones de amor.