Joseponce1978

El poeta en la fiesta

A punto estuvo de rechazar la invitación, pues no era muy dado a los festejos, pero ante la insistencia de su amigo, que le había rogado encarecidamente la asistencia al convite organizado con motivo de la primera comunión de sus hijos(niño y niña), no le quedó más remedio que aceptar.

El banquete se celebraba en la misma casa de su amigo, en un amplio porche situado en la fachada, pues ya bien entrada la primavera, el tiempo era apacible e invitaba a cenar al aire libre. Al llegar, las mesas ya estaban preparadas. Sobre éstas había dispuestos toda suerte de manjares y licores seleccionados para la ocasión. Un gran número de invitados, aún de pie, vestidos de etiqueta y repartidos en grupos, departían distendidamente mientras degustaban los entremeses. En ese momento se sintió un tanto cohibido, pues su vestimenta era algo informal comparada con la del resto de asistentes y permaneció en la entrada de la verja, sin atreverse a entrar, portando dos bultos envueltos en papel de regalo. La esposa de su amigo, que ejercía de anfitriona de la fiesta, al ver su indecisión, se le acercó para pedirle que pasara dentro, y él obedeció agradeciéndoselo.

Tras saludar a algunos conocidos, se dirigió a entregarles a los niños los regalos. Éstos rasgaron el papel sin pensárselo dos veces y al descubrir los obsequios, ambos se miraron sin comprender muy bien lo que estaba ocurriendo. La madre de los pequeños, pendiente del más mínimo detalle, al percatarse de la situación, se llegó hasta sus hijos y les cambió los regalos, quitándole a su hija de las manos el tambor para dárselo al niño, e igualmente le quitó a éste el juego simulando un cubo, una escoba, una fregona y un recogedor para entregárselo a la niña, antes de decirles:

-Ahora sí. El señor se ha equivocado. Con tanto barullo se habrá liado.

- No me he confundido. El juego de limpieza era para su hijo y el tambor para su hija- Contestó él sin titubear.

- Seguro que debe ser un error. Hay que ser más cuidadoso con estas cosas. Somos una familia tradicional y por nada del mundo querría que mis hijos se desviasen del camino correcto- Replicó ella, ya algo irritada, antes de pedirle que la siguiera para indicarle cual era su lugar a ocupar en la mesa, justo frente a ella y su marido.

Al dar comienzo el banquete, los comensales que tenía él a ambos lados empezaron a hablarle en tono amistoso, y temiendo que alguno de ellos se sintiera mal, comenzó a girar la cabeza a izquierda y derecha, tratando de prestar atención a ambos. Cuando miraba a un lado, su vecino del flanco opuesto le cogía el brazo para así atraer su atención, y al volver la vista, el otro hacía lo mismo. Hasta que, por querer agradar a uno y otro, éstos se tomaron a mal su indecisión y dejaron de hablarle. Entonces él, atribulado, se quedó serio con la mirada perdida al frente. La mujer de su amigo, que desde el sobresalto de los regalos no le quitaba ojo de encima, al ver su seriedad, le comentó a su marido susurrándole al oído:

-En buena hora se te ocurrió invitar a tu amigo. Mira qué cara. Parece como si estuviera aquí a la fuerza. Primero viene hecho un adefesio, luego lo de los regalos de los críos y ahora mira que careto. Al final va a terminar aguándome la fiesta.

- Ten paciencia, mujer. Ya sabes que es poeta y los poetas son muy raros. Todos los poetas que he visto tienen el mismo rictus de pasmarotes, como si barruntaran la tragedia y quisieran traspasarla con los ojos. Se me ocurre una idea, ¿por qué no te lo llevas al jardín con la excusa de enseñárselo? A los poetas les gustan las flores y así lo apartaremos un rato de la vista.

A ella le pareció una gran idea, por lo que se levantó para llevarla a cabo. Justo cuando llegaba a su lado, él se sobresaltó a causa de un sonido estridente que casi lo tira de la silla. En un acto reflejo giró la cabeza a su derecha y vio a su vecino soplando un matasuegras con la nariz, antes de soltar una carcajada, darle una fuerte palmada en la espalda y pedirle que no se asustara. En ese momento, la anfitriona del festín, ya avergonzada, le dijo en voz baja que la acompañase para enseñarle el jardín, a lo que él accedió gustoso, pues aparte de sentir atracción por la botánica, le serviría como vía de escape, ya que comenzaba a sentir un extraño agobio.

Al llegar al jardín, ella le pidió que esperase allí un momento, pues tenía que ir al baño y en seguida regresaría para detallarle todas las variedades de flores, tras lo cual se marchó para ocupar de nuevo su asiento y seguir cenando, ya más relajada. Él se quedó en medio del jardín, inmóvil, embrujado por aquel espacio natural, y una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio allí a los dos hijos de su amigo jugando. El niño le había quitado la piel al tambor, y colocando el recipiente sobrante encima de un banco de piedra, agitaba una de las baquetas dentro de éste, como si cocinase en una olla ficticia. La niña cabalgaba por el jardín a lomos de la fregona, con el cubo puesto en la cabeza , el recogedor haciendo las veces de escudo y ensartando con su lanza-escoba a todos los enemigos que se le ponían por delante.

Aún no está todo perdido, se dijo al fin el poeta.