En los orígenes del hombre, en los arreboles del principio,
la naturaleza jugaba en pétalos de ternura
en sinfonías de paz con los animales y con el hombre.
Todo era armonía plena en sus brazos:
Los pájaros cantaban enamorados,
los ciervos jugaban con las liebres,
y las ardillas no temían, la mano inclemente del hombre.
Allá en los inicios de la creación
en el Edén inspirado
de flores y árboles frutales deliciosos,
había paz, armonía, orden.
La naturaleza era un paraíso dorado.
Proveyendo a los hombres y animales todo lo necesario.
Les daba amoroso sustento;
de sus pechos verdes les prodigaba la leche de la vida en su multitud de ríos y plantas.
Pero vino el hombre y quebró el equilibrio,
y los lazos de la belleza se rompieron,
la armonía existencial: hombre- hombre, hombre - Dios, hombre –naturaleza; fue rota.
El hombre, enceguecido por el vil metal,
arrasó con los animales, taló y quemó los oxigenantes árboles,
contaminó los ojos de los ríos...
La madre naturaleza; esa hada primorosa bella, dadivosa, hermosa,
dejó de sonreír.
Hoy, luce su mirada cansada,
sus brazos verdes quemados,
y herida musita sus últimas palabras:
¿Por qué me destruyes hombre, pequeño?
Si yo te amo tanto.
Autora: Edith Elvira Colqui Rojas-Perú-Derechos Reservados