A ti, puñado de tierra que piso sin darme cuenta,
pasarela del mundo donde gobiernas
la dicha de los hombres y sus tristezas.
Tierra, desgarradora corteza de todo lo que vivimos,
perpetuas pisadas en el camino
que en el camino se quedan.
Orilla de mar… de huellas tu mundo lleno,
de pisadas que han sido caballos encadenados
al débil suspiro de un niño,
carreras de corto recorrido.
Juzgarás por lo que fuimos,
sanarás por lo sufrido,
por esos recuerdos rotos que quedaron tras las piedras
que encontré en tu camino.
Vivirás momentos repetidos,
vilezas sin respuestas inmediatas,
yo me quedo con los versos guardados en bolsillos,
tierra que nunca matas.
Cobijan mis palabras
fragmentos del poema de mi vida,
retales del amor desunidos,
y nostalgias desparramadas
que ahora me vienen a ver,
así, tontamente, sin sentido,
ecos del pasado que revierten a mi ser, y lo dejan aturdido.
Tierra, pedestal de mi vida,
construido con mis penas
y con algunas de mis lágrimas,
con ellas se han ido amasando tus montes
y tus lagunas inquietas,
y me van uniendo a ti, tierra fértil de hombres,
tierra extraña.
Bajo la capa que me cubre
mi éxtasis de amor te muestro,
para volver a sentirte bajo mis pies,
todo me sobra, nada me falta,
solo esa nostalgia de tierra adentro
bajo esta luz que se apaga
y me deja tan vacía,
inerme tierra querida,
bajo la luna sollozante, blanca