Joseponce1978

No hay tiempo que encontrar

Muchas veces decimos que hay que vivir el presente, ¿pero qué es el presente propiamente dicho; en qué parámetros nos basamos para definirlo? ¿consta del día actual, ésta semana, el año en que nos encontramos? Centrándonos en la máxima de que el tiempo (como nosotros lo conocemos) nunca se detiene, podemos dar por hecho que el minuto transcurrido es pasado y la milmillonésima de segundo venidera es futuro. Cuando iniciamos un pestañeo, nada nos garantiza que podamos terminarlo, y al volver a abrir los ojos, podemos afirmar que se trata de un pestañeo pretérito. Por tal, solo somos recuerdos que van quedando enterrados bajo los estratos del tiempo y planificadores del próximo suspiro.

Ahora bien, nuestro tiempo es solo una medida de referencia que hemos tomado para cuantificar nuestra sucesión existencial. No existe el tiempo, somos solo el fiel reflejo del deterioro de la materia a través de un delirante viaje por el universo, y dependiendo de la velocidad o la gravedad a la que se vean sometidos los átomos, se producirá su degradación antes o después. Todo, tanto nuestro pasado, como nuestro presente y nuestro futuro está ocurriendo simultaneamente en distintos planos dimensionales de un cosmos combado. Supongamos, y ya es mucho suponer, pues nada puede alcanzar la velocidad de la luz salvo la propia luz, que yo me monto de copiloto en un rayo de luz con un reloj de arena en la mano y comienzo a girar alrededor de la tierra. En ese caso, yo vería al resto de mortales congelados en un presente perenne, aunque ellos continuarían avanzando en su deterioro. La arena del reloj permanecería estancada en el cono superior, sin caer abajo, y no solo por la fuerza centrífuga derivada de mi velocidad. Si a los 100 años humanoides de viaje saltase del rayo, abriese el paracaídas y aterrizase donde mismo estoy ahora, seguiría teniendo el mismo aspecto, se podría afirmar que por mí no ha pasado el tiempo y en mi reloj de arena solo habrían transcurrido unos minutos(el tiempo de montarme en el rayo y descender de nuevo a la tierra), pero todas las personas que conozco ya habrían fallecido y quizás me encontrase en un planeta de teletransportación atómica y países gobernados por androides honrados.

Dando un giro más de tuerca, imaginemos que subo a bordo de un aerolito supersónico y adelanto al rayo de luz por la derecha y sin poner el intermitente. En este caso, la arena del reloj comenzaría a subir desde el cono inferior al superior, no por un efecto antigravitatorio, sino por un retroceso temporal, pudiendo ser testigo de la historia de las civilizaciones marcha atrás, desentrañando así incógnitas tan enigmáticas como la resurrección de Cristo o las características del eslabón perdido.

Para concluir, imaginemos también que mañana me muero y me reencarno en una tortuga. Aquí, al contrario que en los anteriores casos, tendría la sensación de que las personas se mueven como en una película de Charles Chaplin, y la arena del reloj, apoyado sobre mi caparazón, pasaría del cono superior al cono inferior en avalancha, en un abrir y cerrar de ojos.