De aquellos rizos se columpiaban
miles de destellos, reflejaban calma,
cuando las sonrisas tu rostro adornaban,
la misma Afrodita; se hubiese sentido opaca.
Nunca antes mis oídos distinguieron sinfonías,
hasta aquella mañana, que sobre todo te imponías,
hechizabas las flores, que eran testigas de tu paso,
le dabas acento y magia, al amanecer o al ocaso.
Desde entonces decidí, buscar las palabras,
que lograran decir, algunas rimas descabelladas,
para sentir, que a tantos versos algo les faltaba,
al final descubrí; tu belleza todo aquello eclipsaba.
Por fin, me llené de valor, empuñé tintero y pluma,
rogando a los cielos, mi inspiración domine la bruma,
decirle a la rizos de oro, dos o tres verdades en voz alta,
Dios la colmó de gracia, su brillo diamantado encanta.
José Estrada